viernes, 28 de agosto de 2009

zanahoria II


A veces me reitero a sabiendas... y quién no.


Día 1.
La sombra de tu ausencia me persigue hasta el cuarto de baño. Justo ahí, cuando me siento en el bater, ella te personifica en la bañera. De pie, desnudo, mirándome de esa manera en la que tu boca se torna traviesa, sensual, mordida.
A la par que tus ojos se clavan en los míos hasta que me vuelvo verde entera, una gota de agua resbala desde tu frente hacia la nariz. Cuando termina su camino, cae lenta y en la alfombrilla desaparece en la nada, absorbida...
Tus fuertes brazos cada vez son más naranjas y, seguidos por tus manos, te agarras con ganas.
(Suspiro) Y esa imagen se vuelve un humo blanco que irremediablemente se escapa por la pequeña ventana, esquivando las cortinas y sus lunares. Entonces es cuando parpadeo, mi carne se vuelve carne, me subo las bragas y salgo del baño sin mirarme al espejo. Sin mirar el espejo.

Día 2.
Los lunares esquivados se han quedado pegados al espejo. Sospecho que ha sido adrede, pretenden obligarme a observar mi reflejo. Resistiré.
Día 2 y medio.
Me he encontrado un lunar nuevo en la nariz mientras me miraba al espejo.
El humo que ayer se escapó por la ventana pequeña del baño, esquivando cortinas, me ha llamado. Llamaba desde el móvil y la voz se oía entrecortada. Debe de haber aterrizado lejos… no creo que aún siga volando, en las alturas si que no hay cobertura. Y digo lejos porque es como te siento. Me ha dicho el humo que está bien, que dejara de preocuparme. Que por un momento le había parecido verte, pero que se había confundido. ¿Sabes? Creo que él también te echa de menos.

Día 3.
Había una vez un Hombre con la cabeza separada de sus hombros cinco metros. No se asusten, entre estas partes había un largo cuello. En realidad era una cola de pez, pero hacía las veces de.
Y había una vez una Mujer menuda con cara de elefante. Su trompita se movía nerviosa cuando el Hombre con la cabeza separada de sus hombros cinco metros le regalaba un piropo. Ella conducía porque Él no tenía el carnet y juntos volaban a gusto sobre la alfombrilla del baño, estuvieron meses sin pisar los azulejos ni un momento.
Un día, el Hombre con la cabeza separada cinco metros del cuello se sintió insatisfecho. Pensaba que los piropos no eran suficientes para su compañera y quiso hacer algo importante. Todos prometen la luna de manera metafórica, pero para destacar él decidió cogerla; cogerla de verdad.
Entonces es cuando surgió el problema que desbarató la torre de naipes. H no había contado con que la Luna no cabe en una alfombrilla del baño y, lo más engorroso, sus brazos eran del tamaño proporcional a todo su cuerpo, menos al cuello, claro. Al ser más cortos, tuvo que mudar la cabeza hacia abajo y desde allí no ve si M mueve la trompita o no.

Día 2.
Llevo horas esperando a que el Señor Humo me llame. Tantas que le doy por inhalado.

Día 2 y un cuarto.
Me estoy desesperando. Paso de él.

Día 1.
Justo en el momento en el que entro en el cuarto de baño reparo en que tu ausencia me viene siguiendo. Poco a poco va apareciendo tu imagen en la bañera, veo el espectáculo sentada en el aseo. De pie, desnudo, mirándome, te muerdes los labios. Tras esto, mi cuerpo se torna de color verde e irremediablemente se produce un cruce de miradas. Puedo oír perfectamente cómo una gota de agua resbala desde tu frente, pasa por tu importante nariz y cae lenta hasta la alfombrilla, que la engulle como el agua caliente al azúcar. Entonces es cuando el color naranja se apodera de tus fuertes brazos y te agarras con ganas.
(Suspiro) Y como el blanco no volvió más, ahora el humo es azul y se escapa por la pequeña ventana. Esquiva las cortinas sin lunares. Ahí es cuando parpadeo, mi carne se vuelve carne, me subo la ropa y salgo del baño sin mirarme al espejo. Le vuelvo la cara a unos círculos cromáticos. No miro al espejo.

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Así como empezó,
el cicló se cerrará;
con una medusa gigante
que a todos engullirá.