lunes, 17 de marzo de 2008

Quetodolové es el nombre de un conejo que cuida las plantas del vecino de abajo.


Recuerdo:
Cierro los ojos y me doy cuenta del calor que hace.
Es un calor pegajoso, de plástico y motor de coche, pero afortunadamente las plantas del patio eliminan estos desagradables adjetivos cuando hablamos de calor.
Huele a dulce.
Tu sudor es dulce, verde y dulce
pues cuando tu madre te dio a luz, a la vez florecía una planta de marihuana. Sabes muy bien cómo construirte un barco que en la proa dicte MARÍA, sin motor para que navegue lento; como lo hace el tiempo dentro de esta habitación.
Me levanto de la cama, no recuerdo cuando fue la última vez que hice tal cosa. Hace mucho tiempo de ello y por supuesto no me arrepiento, (la pared se muerde la lengua). El caso es que voy a la terraza y mientras te veo como duermes, sin quitarte ojo, bajo por la baranda y caigo al suelo sin el más mínimo rasguño.
Así, se dibuja ante mí un redondeado horizonte de color naranja, desde el centro hacia afuera radios amarillos imitan el sol, y me percato del sendero blanco que nece desde mis pies hacia el fondo. Lo sigo.
Y así llegamos a la casa del Señor Conejo Quetodolové. Es al aire libre, él no tiene ni frio ni calor. Blanco de patas a orejas presume de un chalequillo y pajarita de cuadros verdes y azules. Al vernos, sus ojos de cartón piedra se tornan más almendrados si cabe y se dirigen hacia arriba insistentemente. Está mirando una nube espesa que ha salido de nuestra habitación, amor y amenaza con licuarse. Tales precipitaciones están formadas por sexo, saliva, susurros y nudos de pelo. Aunque el vecino de abajo ya lo ha visto todo, teme por los colores de su chalequillo, pues con tal tormenta van a acabar olvidados.
<> piensa.

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Así como empezó,
el cicló se cerrará;
con una medusa gigante
que a todos engullirá.